Me toca el honor de inaugurar esta serie de historias que presenta mi amigo Carlos Rubín, dedicada a relatar las historias detrás de las fotografías. Él escogió la primera, supongo que porque le gusta esa cosa de la forma y el color. Las otras dos las pongo porque me gustan y porque exploran la humanidad en diferentes contextos. También porque fue interesante hacerlas.

Hay dos cosas que me gustan mucho: levantarme temprano y los carros viejos. Este día fuí a la Perla con la idea de hacer alguna foto de este carro, que ya había visto anteriormente, un día que solo andaba con cámaras de película y Blanco y Negro. Pensaba que el carro rojo y la pared roja podían darme algo interesante. Como era tan temprano, la pared tenía luz pero el carro solo en una parte. De primera intención pensé que debí venir más tarde, que me hice la imágen equivocada en mi cabeza y otras cosas que me pasan por la mente cuando estoy buscando hacer algo partiendo de una idea preconcebida. Cuando eso me pasa sigo buscando porque muchas veces ocurre que aparece algo, que no es lo que tenía pensado originalmente, pero que puede funcionar. Y eso fue lo que pasó, seguí caminando y noté la sombra de la cruz en la pared verde. Hice par de fotos de esa pared sin mirar atrás porque usualmente no me gusta la luz frontal. Cuando me volví para regresar todo se armó ante mis ojos. Ahí fue que me dí cuenta que había encontrado algo mejor que lo que originalmente buscaba. En el visor la imagen se convirtió en bloques de colores y la cruz en un ancla que amarra la escena. Pues sí, el que busca encuentra y la vida te da sorpresas.
Tomé la foto con leica M10-P digital y lente Summaron 35 mm. de 1958.

Chinchero es un pueblo de la Provincia de Urubamba que se distingue, entre otras cosas, por sus textiles de lana. Y claro, cuando lo visitas te llevan a un mercado para que veas el proceso completo y compres cosas. La verdad es que hacen unas cosas brutales pero eso no es lo que me gusta ver cuando viajo. Así que dejé a mi esposa e hija en el mercado y me fui a ver qué había en ese pueblo. A ver la gente de verdad y escapar de la escenografía turística. Caminando por una calle del pueblo ví a esta señora que traía unas flores para vender y noté que más adelante estaba una pared de adobe con un color y textura que me gustaron. La esperé y, por supuesto, ella sabía que la estaba esperando. En estos casos yo le hablo a la gente y les pido permiso. Así que me acerqué y le pregunté que si me dejaba tomarle una foto, le dije que se veía hermosa con las flores y un montón de cosas más. Ella no entendió nada. La señora no hablaba español (hablaba aimara), así que le repetí mi petición en señas. Se me quedó mirando, así como en la foto y estiró la mano. Eso si lo entiendo. Saqué las monedas que tenía y se las di posiblemente el equivalente a menos de $5. Ella hizo un gesto de asentimiento y yo empecé mi trabajo. La detuve como por un minuto. Esto fue a mediodía. Estábamos a la sombra de un balcón y la luz del sol que rebotaba en la calle de tierra funcionó para rellenar su rostro. Hice como seis fotos y estaba seguro que tenía algo interesante desde la primera. Esta es la clase de foto que uno sabe cuando la toma que ES la foto del viaje. Esa que uno sabe que está difícil superar. Yo me creo que esto fue lo que fui a buscar a Perú.
Hice la foto con Nikon D850 y lente 24-70 mm.

La soledad es un tema que he explorado por mucho tiempo. A mi me gusta el tiempo que estoy solo y lo empleo en cosas que me hacen sentir bien. Por eso no creo que la soledad sea necesariamente algo negativo. Este día estábamos en Praga, República Checa y descubrí este pequeño café donde hacían los dulces más exquisitos que uno pueda imaginar. Así que fuimos a desayunar ahí. En la mesa del lado estaba este señor que había terminado de desayunar y esperaba la cuenta mirando su teléfono móvil. La gráfica del empapelado estaba brutal. Yo tenía la cámara sobre la mesa pero no quería cogerla y que la persona se sintiera que estaba invadiendo su tranquilidad pero tampoco quería desaprovechar una oportunidad que parecía interesante. Dejé la cámara sobre la mesa y calculé la distancia para el foco y la exposición. Hice la foto con un lente que conozco bien y que es mi favorito. Así que posicioné la cámara, más o menos como creía que podía funcionar la cosa y disparé un frame con disimulo, moví la cámara un poco a la derecha y tiré otra foto. Esta fue la primera. Hice esto sin mirar y tuve la suerte de que quedó exactamente como lo imagine. Me recuerda un libro que se llama El Zen en el Arte de la Arquería. Cuando el arquero logra alinear cuerpo, mente y espíritu es que llega a la visualización. Visualizar el blanco es más importante que la visión. Por eso el arquero zen puede disparar con los ojos cerrados. Porque visualiza el blanco sin verlo. Cuando revelé y miré los negativos, esta es una de esas fotos que la notas de inmediato en el montón. Ese patrón, el reflejo y el contraste lo son todo.
Hice la foto con Leica M2 y Summaron 35 mm., ambos de 1958 y película JCH Street Pan 400.
Que clase de maestro!
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