
Jorge, ejecutivo junior de una empresa del Viejo San Juan, tenía la costumbre de dar una corta caminata en su hora de almuerzo. Lo veía como una oportunidad de romper la rutina.
Un día cuando caminaba con la cabeza baja y su mente en piloto automático, escuchó el sonido de una harmónica. Cuando alzó la cabeza vió a una señora tocando ese instrumento. En ese momento ella lo miró, le sonrió, y tocó parte de la canción “ Hallelujah, c’mon get happy”’ y se alejó tocando la melodía en su harmónica. Jorge se acordó de esa vieja canción, la buscó en Spotify y la estuvo escuchando casi toda la tarde. La señora le había dado el “soundtrack” de su día.
La semana siguiente, Jorge hacía su caminata mientras pensaba en como iba a enfrentar a un cliente problemático. Por alguna razón siempre prefería ceder ante sus demandas. Jorge sabía que el cliente rayaba en lo abusivo, pero nunca encontraba el valor de enfrentarlo. En cierta manera se sentía como un cobarde. En ese momento pasó la señora de la harmónica, lo miró, y empezó a tocar el tema de “The Good, the Bad and the Ugly” de Ennio Morricone. De pronto Jorge se sintió en un spaghetti western. Si el cliente se cree Eli Wallach, pues yo soy Clint Eastwood, pensó. Ese día en la reunión se dió a respetar y para su sorpresa el gran bully cedió enseguida. La música de la señora de la harmónica había cambiado su día.
En las semanas siguientes, Jorge pasó por la triste experiencia de la larga enfermedad y fallecimiento de su abuela que lo había criado. Desde entonces, sus días eran eternos. Y la caminata, lejos de ser un escape, se había convertido en tener pensamientos de lo que había sucedido. En unos de esos días apareció la señora, le miró y comenzó tocar un poco de “Hey Jude”. “Take a sad song and make it better”. Y al menos por el resto del día, mientras recordaba la canción, Jorge lograba sonreir.
No pasó mucho tiempo y Jorge vió de nuevo a la señora con su harmónica. Al verla se detuvo, esperando que tocara una canción, pero ella no lo hizo. Entonces, por primera vez Jorge le habló y le preguntó con voz casi triste, “¿Hoy no tiene una canción?”. Ella lo miró, sacó algo de una bolsa que llevaba y le puso el objeto en la mano a Jorge. Y siguió caminando. Jorge se quedó paralizado, nervioso, extrañado. Por alguna razón Jorge esperó unos segundos en abrir la mano. Cuando lo hizo se encontró con una harmónica.
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La señora nunca más se vió por las calles del Viejo San Juan. Pero meses más tarde, la gente que camina por la calle San Francisco se detiene y mira a Jorge, el ejecutivo con chaqueta y corbata que toca la harmónica en la plaza al mediodía. Algunos se rien de él, otros lo escuchan por un momento y siguen su camino. Y hay quien dice que si te le acercas, te toca una canción que cambia tu día.
Ya ves, existen los Angeles.
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Linda historia. 🙌🏾
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