El domingo 5 de agosto de 1984 salí disparado a comprar el periódico El Mundo. Quería leer el reportaje que nos habían hecho a mi pana Joaco y a mí sobre una vuelta a la isla que habíamos dado en bicicleta. Con 26 añitos en mis costillas, en buena condición física pero sin ningún entrenamiento, nos tiramos la maroma de recorrer casi 300 millas con el propósito de conocer mejor la isla y compartir como buenos amigos.
Allí estaba, publicado bajo el título «Alrededor de la Isla…en bicicleta», con dos fotos blanco y negro y una pose casi heroica, el periódico nos dedicó media página a una nueva tendencia que llamábamos «Eco turismo» en aquella época. No era un ciclismo competitivo, sino una manera distinta de hacer turismo interno.
Hoy, 34 años después de aquel vueltón, me puse a mirar todas las fotografías relacionadas a bicicletas que tengo en mi archivo y me propuse escribir este pequeño artículo en honor a esas dos ruedas que me llevaron a tantos sitios cool en mi juventud.



Otra de las razones por las que me puse a buscar estas fotos hoy, es porque me encontré con Salva, un compañero de mis años de escuela y conversamos varios minutos sobre una caída que se dio Tony, otro compañero de escuela de aquellos tiempos.
Al igual que Tony, yo también tuve mis accidentes, en particular uno frente a los condominios «El Monte», donde un carro que quería pasarme se pegó tanto a mi rueda que no tuve la oportunidad de girar mi bici en ángulo para evitar caer en una alcantarilla. Al caer entre las rejillas de la misma, mi bicicleta se levantó de atrás y el carro me dio un golpetazo que me hizo volar un par de metros y caer debajo de
una guagua que estaba estacionada.




Sí, en esa época la gente también se daba a la fuga cuando hacía estas cosas. Sin embargo, tuve la suerte de que unos muchachos que venían en su carro, vieron mi bici en el piso, se bajaron y me sacaron debajo de la guagua (algo que todavía no sé como pasó). La parte más interesante de esta historia es que la persona que me golpeó con su carro regresó, con un hijo pequeño agarrado de cada mano, la promesa de que no se había querido ir a la fuga y un mar de lágrimas que por poco inundan toda la calle.




Fueron muchas las rodillas pelás en mi vida, también un par de fracturas, pero nada hizo que me bajara de mi bicicleta. En ella recorría University, Nevarez y Jardines, llamando a todos mis panas para encontrarnos en el parquecito de la Columbia esquina Howard, para jugar pelota. Cuando crecí, tampoco me bajé de ella. Cada sábado y domingo salía de mi casa para la playa, luego a jugar tenis en Parque y por último, el típico vueltón por el Viejo San Juan para comprarme mi limber en la casa aquella al lado de La Rogativa. Terminaba muerto, deshidratado y colorao como un tomate, pero no había nada igual.





Tuve unos cuantos portones «Swing», también una cosa rara, violeta y con un asiento que parecía un guineo, pero con aquella maravilla podía hacer un wheelie por toda la calle Interamericana. Por último, tuve una Benotto 2000 blanca que era una belleza y una Mountain Bike Specialized roja que era un maquinón. Claro, las bicicletas de aquella época eran caras también, pero no del precio de un carro usado como lo son ahora.
Extraño mi bike. Tuve motora (la cual entraño también), pero nada como mi bici. Estoy a punto de comprarme otra, ponerme mi uniforme, mis zapatillas y mi casco para tirarme de casa a comprar pan a Altamira Bakery…nada muy pretensioso en esta etapa de mi vida. Quién sabe, quizás un día de esos bien wild, me tire hasta La Ceiba. 🙂