Me encanta retratar objetos y espacios vacíos. Encontrarme con ellos por casualidad y capturarlos de la manera en que alguien los dejó. Lo interesante para mí es no tocar ni mover nada, resistir la tentación de arreglar o querer perfeccionar algún detalle para que
se vea «mejor».
Cuando logro esto siento que hay una historia que puedo contar, que queda algo de vida en ese espacio que se puede sentir y me encanta tratar de adivinar hace cuanto tiempo la persona se fue o en que estado de ánimo se encontraba, dependiendo del orden o desorden en que quedaron las cosas que dejó atrás.

Pienso que los espacios y los objetos son retratos también. Te pueden describir a alguien con gran fidelidad. Pueden contarte historias de como vive, piensa, lo que hace o como se sentía en un momento específico y aunque no siempre la vas a pegar, es bien chévere interpretar una imagen de varias maneras como si fueras Sherlock Holmes.



Muchas veces no vemos la oportunidad fotográfica que existe en lo cotidiano, en lo que tenemos el frente todos los días. Pensamos que tenemos que montarnos en un avión y viajar a un lugar lejano sin darnos cuenta que si miramos bien, hay una fotografía bien cool que está cerca de nosotros.

Entre mis fotógrafos favoritos hay varios como Wiliam Eggleston, Stephen Shore y Joel Meyerovitz que por años han retratado en las calles lo cotidiano, desde la gente que ves haciendo las cosas que se hacen todos los días hasta los espacios y objetos que alguien pudiera considerar los más mundanos y sin valor alguno que pudieran existir.


Estos fotógrafos han contado historias con cada una de sus imágenes, pero algunas veces apreciar el trabajo de estos artistas es una especie de gusto adquirido. Tienes que saber un poco sobre ellos, de donde vienen y lo que los llevó a ser reconocidos caminando muchas veces las calles de su propio vecindario.