Si tú eras un ciclista «profesional de domingo» como yo y salías cada weekend a competir contra ti mismo en la carrera imaginaria de Isla Verde a Condado al Viejo San Juan, probablemente este era tu veintiúnico oasis en toda la ruta.
Con un «nos vemos en los Limbers» mis amigos y yo arrancábamos de diferentes lugares. Yo era un muchacho que salía de University Gardens con una bici que pesaba más que un portón con moho y mis panas hacían lo mismo desde Villa Nevárez, Jardines Metropolitanos y Hyde Park.
Con la lengua por fuera, zapatillas que no te dejaban caminar por los adoquines y un tremendo dolor en el «turururu»de estar tanto tiempo sentao, nos acercábamos al portón de hierro y gritábamos «señoraaaa….señoraaaa…deme un limber por favor»
Aquel limber friiito era un manjar…olvídate del Gatorade, el Powerade y todo eso que existe ahora. Meterle el diente a ese vacito de plástico después de espachurrarlo por debajo para que saliera el hielo, era mejor que llamar al 911 para que te revivieran después de 7 u 8 millas de bicicleta sin parar.
Hace años que no paso por ahí y de verdad que espero que todavía esté abierto. Muchos nos reuníamos allí no solo para recuperarnos un poco sino como un punto de encuentro para conversar un rato y pasarla bien.
Si nunca has ido, este puesto de limbers está en la Caleta de las Monjas, diagonal a la escultura de La Rogativa, con una vista espectacular que hará que el limber te sepa todavía mejor.