«You can check-out any time you like, but you can never leave! «

Aguirre… acabas de entrar a una película sin darte cuenta y sin duda es una donde sucederán cosas misteriosas y estará llena de suspenso. La madera de las puertas rechina y el viento las abre y cierra a su antojo. Hay poca gente, (si tienes suerte de ver a alguien) porque la mayoría de las veces estarás tú solo. Algunos perros se cruzan contigo por la calle y cuando te miran, sientes como si te quisieran contar un par de cosas que solo ellos han visto.

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Ando por ahí con Natalia, una amiga que me ha prestado su rostro para jugar un rato al fotógrafo y Aguirre, este descubrimiento que de repente he hecho, parece ser el lugar perfecto para que mis fotos narren algún cuento.

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Alguna que otra cara se asoma por la ventanas de screen de estas casas… saben que no eres de por allí. ¿Estaré en Puerto Rico o habré viajado a algún otro sitio sin darme cuenta? Ninguna de estas casas se parecen a las que yo conozco. Siento que estoy en un lugar rural de los Estados Unidos y definitivamente en otra época.

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La Central Aguirre en Salinas fue uno de los complejos azucareros más grande que tuvo Puerto Rico y alrededor de ella, estas casas constituyeron un poblado para los obreros que allí trabajaban.

Durante la segunda mitad del siglo XIX, cuando Estados Unidos comenzó a industrializarse, las fábricas creaban estos poblados (Company Towns), para así garantizar la mano de obra y promover la lealtad entre sus obreros.

En 1899 un grupo de inversionistas estadounidenses compró la Central Aguirre y estableció uno de estos poblados, combinando el diseño caribeño con elementos del diseño urbano estadounidense de principios del siglo XIX.

En este poblado no estaban mezclados los puertorriqueños y los estadounidenses. Existían dos áreas residenciales para dividirlos y las casas eran ocupadas según la importancia del puesto que tenían en la fábrica. Además de esto, los niños estadounidenses y los puertorriqueños también estudiaban en edificios separados.

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No se cuantas veces he regresado a Aguirre desde el día que lo descubrí. La mayoría de ellas he vuelto para usarlo como escenario para otras fotos que he querido hacer. El hotel abandonado, la fábrica, el teatro, el hospital, todos lugares fascinantes y misteriosos que sirven para contar historias con mi cámara. Pero también he vuelto para caminar por allí un rato porque el silencio y la paz que se respira no la he sentido en ningún otro lugar en nuestra isla.

La gente de Aguirre es maravillosa. Quizás no sea tan fácil darte cuenta de que están allí porque es difícil distinguir entre las casas en las que vive alguien y las que están vacías, pero si tocas la puerta…te van a abrir.

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Mi experiencia más linda fue la del día en que mi carro decidió dejar de caminar a las 7:30 de la noche, justo cuando arrancaba de vuelta para San Juan. Toqué una puerta al azar y fue el principio de una noche de chistes, jugo de zanahoria, arroz con habichuelas, amarillos y una grua que me consiguieron por $35 para llevarme a San Juan.

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En Aguirre he hecho algunos amigos. Como no voy tan a menudo, hay veces que cuando regreso ya no están, pero siempre los recuerdo con cariño. Gente buena de un lugar muy especial. Lo que me pasa con Aguirre, es que aunque he ido muchas veces, sé que tarde o temprano voy a regresar.

 

 

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