No puedo negar que tuve mi época de paletas, voleibol y neveritas. Fueron unos cuantos años donde me divertí bastante, hice grandes amigos y también le hice mucho daño a mi piel. La playa era un «party», un punto de encuentro todos los sábados y domingos donde pasarla bien y gastar muy poco. Fuera de eso, no era nada mucho más profundo para mí.

Los años pasan y las cosas comienzan a tener otro significado de acuerdo al camino que te haya tocado recorrer en la vida, a lo que hayas ido acumulando y cargando sobre tus hombros. Hoy día la playa, el már más que nada, se ha convertido en una experiencia muy distinta para mí, una que valoro mucho más por el efecto físico y emocional que tiene sobre mi persona.

Aunque a veces quisiera negarlo porque mucha gente lo consideraría una razón superficial, el mar ha sido en más de una ocasión el responsable de detenerme en la búsqueda de otros horizontes fuera de Puerto Rico. Sumergido hasta el cuello dentro de él, sintiendo como la temperatura del agua va calmando mis niveles de stress, me he repetido una y otra vez que jamás abandonaré mi isla…que dejar esta terapia, disponible el año entero y completamente gratis, sería despreciar un privilegio por el que muchos estarían dispuestos a pagar mucho dinero.

El día que tomé estas fotos, estábamos en pleno «invierno», uno de esos terribles inviernos caribeños donde la temperatura es capaz de bajar a 70 grados. Era muy temprano en la mañana por lo que muy poca gente había llegado a la playa. La luz era suave y un encuadre muy abierto hacía lucir a las personas pequeñas en contraste con la inmensidad del mar.

En ese contexto, las imágenes empezaron a tomar la forma de lo que quería comunicar. La playa ya no era para mi un lugar de «parisear» sino más bien un templo donde buscar algo de paz, una puerta para entrar a un pedazo del cielo.

«Heaven» es el título de esta serie de fotografías que hice en la playa de Isla Verde en Carolina, Puerto Rico, ese lugar al que necesito escapar una vez a la semana, ese lugar especial que al final siempre me detiene.